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sábado, 13 de abril de 2013

9 de abril de 1948: Violencia y persecución.

Análisis de la violencia. Una de las cosas de que más se ha hablado en el mundo durante los últimos años ha sido la persecución religiosa en Colombia. Persecución anti protestante, cruel y despiadada, con propósito de exterminio. No intentamos dar aquí una explicación minuciosa de las causas de tal persecución, ni pretendemos describir tan amarga historia en sus detalles. Para ello se necesitarían muchos volúmenes. Bástennos por ahora algunas observaciones al respecto. Permítasenos primeramente declarar que la predicación del Evangelio nunca ha gozado de absoluta libertad en Colombia; pero es preciso anotar aquí en honor a la justicia, que las autoridades civiles hasta 1948, si bien no garantizaron en forma completa el ejercicio pleno de la libertad de cultos, por lo menos hicieron lo posible para proteger las vidas, la honra y los bienes de los cristianos protestantes. Solamente en casos aislados algunos funcionarios subalternos contribuyeron activa o pasivamente a los actos de hostilidad, inspirados generalmente por los miembros del clero. Estos por su parte, no han cesado en ningún momento en su campaña de difamación contra la obra protestante, procurando presentar a cada creyente, y sobre todo a los pastores y misioneros como “lobos rapaces”, enemigos de Dios y de la virgen, corruptores de almas y envenenadores de conciencias. Pero en el año 1948 fue por muchos hechos un año trágico en la historia nacional. Las ambiciones políticas llevadas al extremo lanzaron al país en un ambiente cargado de amenazas y zozobras; hechos sangrientos ocurrieron en distintos lugares del País, se declaró turbado el orden público y las fuerzas militantes de varias tendencias desencadenaron la más sangrienta racha de feroces represalias, en forma tan cruel y despiadada que nos hace recordar el vandalismo de épocas remotas, que ya considerábamos superadas para siempre. La iglesia católica, que según podía notarse, había esperado desde mucho antes una oportunidad semejante de desorden social, inició sin pérdida de tiempo una insistente campaña encaminada a hacer aparecer a las iglesias y grupos protestantes como enemigos del gobierno, agentes subversivos, cómplices de revoltosos y guerrilleros. En consecuencia se desató al amparo del caos político, la persecución religiosa más violenta que hayan sufrido los cristianos protestantes en las últimas décadas. El 27% de los templos protestantes cayeron reducidos a escombros y cenizas. 110 escuelas primarias fueron cerradas por orden oficial o por efectos de la violencia armada muchos edificios protestantes dedicados al culto o a la enseñanza fueron arbitrariamente ocupados para diversos fines, por agentes oficiales o con la complicidad de ellos. En muchas ocasiones el atropello fue cometido por los curas párrocos al urente de turbas enardecidas. Centenares de cristianos sufrieron la pérdida de sus bienes, encarcelamientos y torturas espantosas y no menos de sesenta mártires sellaron con la muerte, a manos de verdugos, el heroico testimonio de su fe, escribiendo con su propia sangre un capitulo más en la conmovedora historia del cristianismo. Los hechos llegaron a ser tan escandalosos y repugnantes que la misma prensa católica levanto su grito de protesta. Copiamos en vía de testimonio un artículo publicado en la página editorial en el número 2076 del periódico El Nacional, de Barranquilla. Con fecha de 2 de octubre de 1951. Dice: “ACTOS DE BARBARIE Fue testigo ayer Colombia de otro acto de salvajismo religioso, de esos que en los últimos años han exhibido al País desde la prensa mundial como una caterva de bestias salvajes. Cerca de Cali fue dinamitado un templo protestante. La explosión se produjo a las cuatro de la mañana y se asegura que por lo menos tres personas murieron y otras quedaron heridas, de tan repugnante atentado contra la civilización universal. Hace unos meses un ministro protestante fue encontrado castrado y muerto, amarrado de un árbol. Entonces la prensa mundial ocupó sus columnas editoriales señalando este hecho terrible y tremendo como digno de una intervención universal para sancionarlo. Reproducían los diarios de todo el mundo párrafos de una de esas espantosas circulares eclesiásticas del Obispo de Santa Rosa de Osos, en que se recomienda el exterminio de todos los anticatólicos, incluyendo al partido liberal colombiano… ¿Por qué tratamos de humillar nuestra iglesia ante el mundo? ¿cómo es posible que las autoridades eclesiásticas no condenen asesinatos no condenen asesinatos, atentados dinamiteros y hechos tan tremendos contra una iglesia hermana de la católica, como es la protestante, y más, mucho más, si tenemos en cuenta que es exclusivamente a los ejércitos protestantes de Estados Unidos e Inglaterra a los que debe el Vaticano su vida ahora? ¿No son los protestantes los que levantan la barrera que detiene el ejército ruso hacia Roma? ¿Qué sería de la iglesia católica sin esas defensas protestantes? Nos imaginamos cómo serán los comentarios contra este pobre País de los 50.000 caídos en revueltas desde 1948 a estos días, en la prensa mundial. En los Estados Unidos, por ejemplo, no pueden comprender cómo es que se quiere imponer en pleno siglo XXI la religión a culatazos. Ni lo comprenden tampoco en México, Cuba, Argentina, Venezuela ni en parte alguna del Continente. La figura del padre Jordán bendiciendo los puñales en Málaga como armas que, cuando se esgrimen para defender la religión católica, son benditas, es cosa que no puede ser entendida por las gentes de esos pueblos buenos, trabajadores y confiados, en donde cada quien practica la religión que quiera y todos respetan la del prójimo.” Este editorial fue traducido y publicado en varios periódicos de los Estados Unidos y otros países y más elocuente que todo lo que nosotros mismos pudiéramos añadir. Al mismo tiempo, las restricciones oficiales en torno a la moribunda libertad religiosa iban haciéndose más aflictivas cada día. Se prohibió la entrada de nuevos misioneros al país; se clausuraron poco a poco todos los programas radiales de carácter protestante; se prohibió el libre reparto de nuestra literatura; se nos vedó el uso de la prensa y se impartieron normas oficiales de estricto “control de actividades no católicas”, poniendo a los protestantes casi al margen de la ley. La iglesia católica, en cambio, haciendo uso de las ilimitadas facilidades de que goza, lanza desde los órganos hablados y escritos, algunos de carácter oficial, los más audaces e infundados ataques contra la obra protestante, llegando a decir en más de una ocasión que “había llegado el momento de acabar con los enemigos de la iglesia”. Las consignas más horrendas sembraban el terror, y el horizonte parecía más brumoso cada vez. La iglesia romana ejerce el control pleno de la enseñanza religiosa en las escuelas y colegios oficiales. En varios departamentos son sacerdotes los directores de educación y en casi todos los municipios es un sacerdote un inspector local. En una gran cantidad de escuelas, son eclesiásticos también los profesores de religión. En las aulas de las escuelas debe haber un cuadro de la virgen y un crucifijo. Las tareas se inician con el rezo del rosario. En la mayoría de las escuelas la asistencia a las clases de religión se hace obligatoria, como es obligatorio también asistir a misa todos los domingos y fiestas católicas, bajo penas de disciplina y aun de expulsión, en caso de reincidencia. No hay fase de la vida donde la iglesia romana no trate de imponer su omnipotente influencia dictatorial y exclusivista. Sin embargo, el Evangelio crece. Lo extraño y admirable es que a pesar de todo, la obra evangélica crece incesantemente, dando así pruebas de una vitalidad inexplicable, si no fuera por la asistencia divina del Espíritu de Cristo, quien nunca ha faltado a su promesa cuando dijo: “Estaré con ustedes siempre hasta el fin del mundo.” En agosto de 1953 se reunió en Ibagué la Asamblea General de la CEDEC con el objetivo de hacer un análisis de la situación, a raíz del cambio de gobierno (cuando el presidente de Colombia era Laureano Gómez) cuando todo parecía indicar que la persecución llegaría a su fin. En tal oportunidad se consideraron los informes detallados de la Comisión de Estadística de la CEDEC, y se llegó a establecer que en los cinco años que había durado la violencia político-religiosa (1948-1953) la membrecía de las iglesias protestantes había aumentado en un 51%. Durante el mismo periodo fueron destruidos 57 templos o capillas (incluso una población entera: Betel), pero 46 fueron organizados en otros lugares y había mucho más en perspectiva. La obra que el cristianismo protestante está desarrollando en el país ha sido últimamente sometida a un análisis tan apasionado como injusto, tratando de presentarlo como un agente imperialista, elemento exótico, manzana de discordia, y lo que más sorprende, se le ha acusado de ser una especie de antecámara del comunismo. Además, dicen los voceros del catolicismo, ¿Por qué vienen los protestantes a predicarnos sus creencias? ¿Acaso no somos cristianos? Colombia no es un país para misiones. Los que han fabricado tal conseja obran seguramente siguiendo la ley de las comparaciones. Tomemos por ejemplo el nombre de la iglesia católica, la cual además de eso insiste en llamarse apostólica y romana, es decir que depende de Roma; allá esta el centro principal. De allá salen las consignas, las voces de mando, los hilos sutiles, pero no invisibles de la diplomacia tonsurada y las orientaciones políticas a seguir en cada caso, todo en beneficio del Vaticano. Al contrario, el protestantismo es un sistema de creencias independiente de algún lugar o sistema de gobierno. Ningún misionero protestante sale de su patria llevando en la mente la idea de que va a servir a su gobierno o sistema político. En el fondo de su corazón lo impulsa aquel sentimiento que animaba a Pablo cuando decía: “¡Ay de mí si no predico el Evangelio!” También se ha dicho y se ha repetido a menudo que el Evangelio es exótico en Colombia. Preguntamos ¿en qué país del mundo podría resultar exótico el Evangelio de Cristo? ¿Acaso Él no dijo: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda criatura”? ¿Podríamos imaginar que Colombia sea una excepción? El Evangelio no conoce fronteras de pueblos, razas, culturas ni naciones; y si Cristo no puede sentirse extranjero en ningún rincón del mundo, Su mensaje tampoco podría quedar circunscrito a una determinada sección de la tierra. Claro está que en el cristianismo protestante hay ciertos factores que chocan con el cristianismo tradicional de nuestro pueblo. Por ejemplo, para ser miembro de una iglesia protestante se exige dar evidencia de una fe sincera por medio de una vida transformada, en la cual los vicios y todo asomo de maldad hayan sido superados por la acción santificadora del Espíritu de Dios. Esto parece extremadamente raro a un pueblo donde siempre se ha creído que para ser cristiano basta con haber sido bautizado en los primeros días de su vida; hacer de vez en cuando alguna penitencia y dejar que después de la muerte alguien pague sufragios por el descanso eterno de su alma. El arrepentimiento, la fe, el verdadero amor, la sinceridad, el perdón, el gozo santo de la vida, la paz, la mansedumbre, la tolerancia, la pasión por la justicia; todas estas son doctrinas netamente protestantes , muchas personas las rechazan a primera vista, considerándolas demasiado místicas, impracticables y extravagantes. Por otra parte, el Evangelio ha sido rodeado de una medrosa aureola de misterio. No son pocos los que lo han confundido y siguen confundiéndolo con las cosas más extrañas y contradictorias. En cierta ocasión, hace años, cierto hombre se acercó, entre tímido y resuelto, a una iglesia protestante con el propósito de vender el alma, pues según dijo, varias personas le habían informado que “los protestantes las compraban a buen precio.” Reconocemos que el pueblo ha vivido demasiado acostumbrado al parpadear de los cirios, el olor del incienso, los templos súper adornados, los altares cubiertos de santos y de vírgenes, las imponentes ceremonias, los sermones rimbombantes y la aparatosa liturgia teatral. Ante tanta ostentación, el Evangelio ciertamente puede parecer exótico, con su mensaje sencillamente espiritual, desnudo de toda ceremonia, con sus templos escuetos, sin misas, sin rezos mecanizados; sin procesiones ni estatuas; ni confesionarios, ni estolas, ni mitras, ni cayados, ni indulgencias, ni reliquias milagrosas, ni meritos supererogatorios, ni medallas, ni rosarios, ni novenas, ni fiestas patronales, ni responsos para después de la muerte. Tal sencillez, y sobre todo la insistencia en el sentido espiritual y redentor del mensaje de Cristo Vivo y la devoción por la Biblia como única regla de fe y de conducta, han sido causa para que muchos lo estimen como una modalidad extraña de cristianismo. “Es exótico, han dicho simplemente, no estamos acostumbrados a él.” Pero esto no es sino una ingenua confesión del bajo nivel espiritual en que se encuentra nuestro pueblo, y la adulterada clase de cristianismo que se le ha enseñado. Aquellos que se han tomado el trabajo de estudiar desapasionadamente la historia y han escudriñado las escrituras, ya han llegado a convencerse de que el cristianismo verdadero, el cristianismo de Cristo (si se nos permite esa expresión) fue siempre así. De tal manera que lo exótico en la religión de Cristo son precisamente las ceremonias y la pompa externa, hechas para agradar a los sentidos y cubrir el vacío en que se queda el alma. Otra arenga contra el cristianismo protestante es que es indeseable porque viene a romper la unidad nacional y amenaza la tranquilidad de nuestra patria. Pero la pregunta es ¿a qué unidad y a que tranquilidad se están refiriendo? Nadie puede decir que hay unidad en un país donde los bandos políticos se declaran guerra a muerte como ha sido el caso de Colombia; donde en los años de violencia cayeron más de cien mil personas bajo la bala fratricida; se diezmaron los pueblos y se arrasaron los campos con diabólica venganza, prueba bien elocuente que el catolicismo en tantos siglos no ha sido capaz de establecer la unión entre hermanos. Porque naturalmente, la violencia produce violencia. La prédica del Evangelio, en cambio, ha producido pueblos unidos, compactos, fuertes y prósperos. Los pueblos protestantes son pueblos pacíficos, progresistas y demócratas; allí están como nobles ejemplos: Inglaterra, Holanda, Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia, Australia, Estados Unidos y Canada. Pueblos libres y respetuosos de la libertad de creencia de los demás. Alguien ha dicho que los protestantes “saben gozar de libertad sin abusar de ella”, y eso es lo que constituye precisamente el ideal de la libertad y el orden, que en otras latitudes es meramente un vocablo sin sentido práctico. Podemos ver, pues, por el testimonio que está a la vista del mundo entero, que el Evangelio no produce divisiones ni engendra discordias como quieren hacer creer los apologistas católicos. Es todo lo contrario, elemento de paz, venero de libertad, lazo de unión entre los hombres. La última acusación que se ha hecho contra la obra protestante en Colombia, es que los protestantes son aliados del Comunismo. Funcionarios públicos y jerarcas romanos por igual han venido repitiendo la increíble conseja. ¿Quién no se sorprendería de tan peregrina inculpación? Hace poco (1956) el señor obispo de Cali hizo pública una pastoral en que hace cargos totalmente infundados acusando de procomunistas a los protestantes. ¿Cómo se sentirían los señores Truman, Churchill y Eisenhower si les dijeran que son comunistas por ser protestantes? Y sin embargo, eso es lo que están diciendo los obispos en Colombia. Esto nos parece el colmo de la ceguera. Pues si paseamos la vista por el mundo, vemos que los países menos infiltrados de comunismo son precisamente los protestantes. En cambio allí están Francia e Italia, países de gran mayoría católica, clamando socorro y ahogándose en las aguas letales del comunismo. Y Rusia misma, ¿a caso no fue católica antes de ser comunista? Yugoeslavia, paraíso del comunismo titoísta, ¿acaso no es de mayoría católica? Los censos dicen que tiene el 50% de griegos católicos ortodoxos y 37% de católicos romanos. Esos son los frutos del catolicismo. ¿Y América Latina? Allí están Cuba, Chile, Brasil, para no citar más que tres países, donde el comunismo se ha propagado de forma alarmante. ¡Y son católicos! ¿Acaso Stalin no fue seminarista católico antes de convertirse en líder de la hoz y el martillo? El catolicismo es la religión que más fácilmente se deja penetrar por el comunismo porque ambos son similares en varios puntos. Uno y otro son autoritarios, ambos son dictatoriales, ambos son totalitaristas. No es extraño entonces, que algunos hayan llegado a pensar que no tardará el día cuando de las dos cosas resulte una sola. En esto como en todo la iglesia demuestra su doble moral. Aquí, en Colombia, donde el protestantismo es minoría, nos tratan de comunistas para enemistarnos con el gobierno y con el pueblo; para justificar el atropello y dar paso libre a la persecución sangrienta. En los países protestantes nos tratan como a los más nobles defensores de la libertad. ¿Por qué el Papa se empeña en mandar con el menor pretexto, mensajes de congratulación y de amistad a los gobernantes de países protestantes? Seguramente él no piensa que los protestantes son comunistas. Pero aquí los obispos piensan lo contrario. ¿Quién tiene la razón? Un testimonio elocuente. El Dr. Samuel Ruiz Lujan, ex-sacerdote católico, fue profesor en la Universidad Javeriana de Bogotá y ocupo otros altos cargos eclesiásticos en Medellín, ampliamente conocido en el país, conoció el Evangelio hace pocos años en la Capital de la Montaña, acepto la salvación de Cristo y actualmente se halla efectuando una prodigiosa labor entre las juventudes latinoamericanas en los Estados Unidos. Es interesantísimo su testimonio, del cual, por razones de espacio, solamente tomamos unos párrafos. Dice Ruiz Lujan: “Nací en la hermosa tierra colombiana. Y en Colombia se meció mi cuna en la región más tradicionalmente católica del país, en un pequeño valle a orilla del caudaloso Cauca y enmarcado geográficamente entre las grandes montañas de Antioquia. Ordenado sacerdote, trabajé con toda mi alma desde distintas y delicadas posiciones al servicio de la iglesia de Roma que yo identificaba como la única y verdadera iglesia de Cristo. Vi a mi alrededor lamentables caídas en mis colegas y mucho fariseísmo e hipocresía. Llegaron los años más sangrientos de la violencia en Colombia; renuncié voluntariamente a una holgada posición de profesor y a una vida cómoda en la ciudad para irme a pueblos pequeños y aún aldeas del occidente antioqueño para estudiar el problema social de la violencia, con el ánimo de presentar más tarde alguna apropiada solución. Fui entonces testigo ocular de crímenes atroces en sucesión progresiva y vi con pena en mi espíritu el caer verticalmente, para ser pisoteados en casos concretos, los más grandes principios morales que había aprendido a respetar desde niño. Vi que toda aquella chusma de forajidos no sólo eran bautizados, sino que usaban escapularios, medallas, rosarios y crucifijos y aún frecuentaban los sacramentos. Profundice en el análisis sociológico en medio de la gran descomposición social que me rodeaba y amenazaba asfixiarme y llegué en último análisis hasta situar las causas de todo aquello en donde no debería ni quería encontrarlas. Empecé a hacer privadamente un estudio comparativo de las enseñanzas de la Sagrada Biblia y las enseñanzas de mi propia iglesia y llegué a la conclusión, con sorpresa y dolor de mi alma, que todo aquello de sacramentos y sacramentales, escapularios, medallas y convencionales principios eran sólo y nada más que la estructura de un sistema religioso humanamente elaborado. Un día inolvidable… mientras leía las Santas Escrituras, después de haber invocado la presencia del Espíritu Santo, empecé a ver desarrollarse maravillosamente ante mí el plan de la salvación en Cristo por la fe y sus transcendentales consecuencias. Caí de rodillas y quedé como extasiado en gozo ante lo divinamente sublime de tantas maravillas. Cuando horas más tarde cerré el Bendito Libro una dulce paz y una alegría interior embargaron mi espíritu; una fuerza dinámica me invitaba a la acción; nueva luz en los ojos de mi alma, me hacía ver las cosas en forma distinta. Pero no era el dejar a Roma para considerar la reforma protestante como punto de partida. La reforma de Lutero fue sólo el movimiento providencial de que se sirvió el Altísimo para hacer que los hombres de buena voluntad volviesen los ojos a las Santas Escrituras y al cristianismo de la Iglesia Neo testamentaría. Muchos otros sacerdotes en Colombia han llegado a las mismas conclusiones; pero les falta decisión y coraje para romper el yugo y enfrentarse a la lucha con la iglesia.” Las misiones protestantes en Colombia. “Colombia no es un país para misiones. Somos un país totalmente católico. Mas del 99% de la población colombiana es católica.” Hagamos algunas consideraciones al respecto. 1. ¿Es cierto que Colombia no es tierra de misiones? Puede ser que se sienta algo de orgullo nacional, pero debemos resignarnos a saber lo siguiente: las tres cuartas partes del territorio nacional son tierras de misiones (1956) en las cuales los misioneros católicos, en su mayor parte extranjeros, ejercen poderes que sobrepasan a la labor puramente religiosa; y esto en virtud de un tratado suscrito a largo plazo por el gobierno con el Vaticano en virtud del concordato. Así pues no hay derecho a decir que este no es país de misiones, y que por lo tanto los misioneros protestantes tienen que salir. 2. No estamos quitando adeptos a la iglesia católica. Si estudiamos a fondo la situación religiosa en el país, veremos que la petulante afirmación del 99% carece de fundamento; al menos no corresponde a la realidad. Puede ser que la mayor parte de personas digan que son católicas y hasta pueden ser que hayan sido bautizadas en la iglesia católica. Pero decir no es ser. Las juventudes, los intelectuales, las gentes más bien preparadas, en su gran mayoría, carecen de fondo religioso y han caído en un vano deísmo sin orientación clara o definida. Son barcos en busca de puerto donde echar el ancla. No pertenecen a religión ninguna, porque puede decirse que cada uno tiene su credo personal, aunque superficialmente traten de adaptarse al rito católico, como puro cumplimiento social. Hablando de esto, pero en términos generales, refiriéndose al catolicismo en América Latina, dice el famoso conferencista Dr. Jorge Howard: “Los estudiantes y las clases preparadas en la América Latina, no han sido ganados para el cristianismo. Son personas tradicionalmente indiferentes y aún hostiles a la religión. Ser religioso o concurrir a la iglesia es considerado como signo de inferioridad para muchos intelectuales. Han roto los grilletes de una religión oscurantista llena de superstición y todavía no se le ha enseñado que se puede ser cristiano y seguir conservando el decoro intelectual.” El P. Alberto Hurtado Crúchaga, de la Sociedad Jesuita, en un libro hace algunos años publicado en Chile con la aprobación eclesiástica dice: “Creen algunos que la fe persevera en la casi totalidad de los chilenos. Los resultados que arrojan las encuestas y estadísticas nos obligan, sin embargo, a pensar de otra manera. En verdad que aún en la mayoría de nuestro pueblo hay un fondo de religiosidad que se manifiesta por el bautismo de los niños, por las imágenes que se conservan en las casas, y por algunas prácticas, muchas de ellas más supersticiosas que religiosas. La vida cristiana, empero, se va debilitando casi hasta desaparecer en algunas regiones.” Esto que el jesuita mencionado dice refiriéndose a la república de Chile se puede repetir sin variación alguna a la realidad colombiana. Añade Howard: “Nunca tuvo el cristianismo una oportunidad misionera tan espléndida como la que se le ofreció a la iglesia católica romana en el periodo de la conquista y la colonización de las Indias, como se llamaba entonces a América Latina. El campo estaba libre, el apoyo de las autoridades civiles era completo, no había otra iglesia rival, no había oposición. Sin embargo, después de cuatro siglos de posesión indiscutida, todavía está por hacerse la cristianización del continente. Por eso, Miguel de Unamuno, el gran filósofo español, daba este consejo a un educador latinoamericano: ‘Vuestro problema en la América Latina es el de fertilizar el suelo espiritual. Bajo la nieve pueden crecer flores, pero nunca en la arena. La vida en vuestra América necesita ser enriquecida con humus espiritual.’ Eso es lo que están tratando de hacer las misiones protestantes. A los que dicen ser cristianos se les está mostrando la manera de ser cristianos de verdad.” 3. ¿Y qué decir en cuanto a la moral en nuestro pueblo? ¿Lo que hemos visto en estos últimos años es propio de un pueblo que se llama “cristiano”? No lo digamos nosotros. Dejemos que lo digan los mismos jerarcas católicos-romanos. A fines de 1955 se reunió en Bogotá la XVII Conferencia Episcopal de Colombia, presidida por el Cardenal Luque, la cual expidió una pastoral conjunta analizando la desastrosa situación social, moral y religiosa en que vive Colombia. He aquí algunas palabras aparecidas en la introducción del mencionado documento: “La verdadera causa de la tremenda crisis moral que sufre el pueblo colombiano, radica única y exclusivamente en el alejamiento de Dios. Se ha alejado de Él, de sus mandamientos, de Su Evangelio, de Sus sacramentos, de Su gracia y de Su amor…” El Señor Jesucristo dice que “Por sus los frutos se habrá de conocer a sus hijos.”. pero el fruto que han dado los colombianos a través de la historia, especialmente en los últimos años (1948 - 1953), no son dignos de un pueblo cristiano. Es un pueblo que ni siquiera es católico, según la amarga queja del episcopado colombiano. 4. ¿Y que de raro habría que los protestantes hicieran prosélitos en América Latina, y en Colombia, para ser más concretos? ¿Acaso los católicos no hacen lo mismo en Estados Unidos y otros países protestantes? La iglesia católica se jacta de ganar convertidos entre los protestantes, y mantiene numerosos misioneros en los países protestantes. Y los protestantes nunca han pedido que sean echados los misioneros católicos del país. Los tratan con las mismas garantías como a cualquier otra persona. El hermano Eugenio León, escritor colombiano, autor de varios libros, de texto para escuelas y colegios, acérrimo enemigo del protestantismo, dice sin embargo en su libro “Historia de la Iglesia”, pagina 235: “en Estados Unidos, tanto la Constitución de 1787, como los gobernantes, si no reconocen ninguna religión oficial, se muestran respetuosos de la Divinidad y tienen cada año un día de Acción de Gracias. A la sombra del derecho común y de la libertad, la iglesia católica se ha desarrollado paralelamente al país.” Nadie les ha puesto obstáculos para que desarrollen su obra proselitista. Prueba de que el protestantismo es libre y tolerante. De modo que la iglesia católica se siente muy satisfecha por la manera como se le trata en los países protestantes. Hasta ahora ni el Papa ni jerarca alguno se ha quejado de atropellos, persecuciones, asesinatos, incendios de templos o cosas semejantes por parte de los protestantes contra los católicos. Lo extraño es que la iglesia aún exige más y más privilegios dentro de los países protestantes. Incluso se atrevió a solicitar en el Congreso de los Estado Unidos subsidios para sus escuelas confesionales. ¡Y había protestantes inocentes e ingenuos que estaban dispuestos a concederlos! Y los católicos se aprovechan de ello. Los católicos allá piden, reclaman y exigen a voz en cuello ABSOLUTA LIBERTAD. Eso es allá, donde están en minoría. Aquí, donde son mayoría, niegan esa misma libertad a los grupos protestantes. Y les llevan a la cárcel si insisten demasiado en defender sus derechos conculcados. Aquí han suplantado la libertad con lo que ellos llaman “simple tolerancia”, pero lo cierto es que en la práctica aún la tolerancia se nos niega. La iglesia católica es, pues oportunista. Cuando Perón en la Argentina resolvió dar la espalda a la iglesia que lo subió al poder y comenzó a limitar las actividades clericales, los curas enseguida levantaron el grito al cielo pidiendo ABSOLUTA LIBERTAD RELIGIOSA. Pero eso mismo es lo que nosotros estamos pidiendo y exigiendo en Colombia hace mucho tiempo. Sin embargo, no la hemos obtenido, porque la iglesia católica aquí niega lo que en otras partes pide. Nuestro gobierno nacional se empeña en afirmar que sus ideales son cristianos y bolivarianos. Magnifico. No puede haber mejores ideales. Como cristianos protestantes adherimos a tan sublimes ideales y sólo invitamos al gobierno y al pueblo en general a convertir los ideales en tangible realidad. DIJO CRISTO: “Dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César.” Es decir, no confundamos los intereses materiales de la vida con los valores eternos del espíritu. Administre el gobierno las cosas temporales y deje libres las conciencias, que pertenecen solo a Dios. Reciba el gobierno nuestro respeto, nuestra obediencia cívica, nuestras contribuciones; pero guárdese de legislar sobre religión, porque la religión es patrimonio del alma, y en el alma sólo Dios tiene autoridad. Ese es el ideal de Cristo. DIJO BOLIVAR: “En una constitución no puede haber lugar para la prescripción de una fe religiosa en particular, porque las leyes deben garantizar únicamente los derechos políticos y civiles. La religión gobierna al hombre en el hogar, en su oficina y en su propio interior; es la única que tiene derecho a examinar lo más íntimo de su conciencia. Las leyes, por el contrario, cuidan la superficie de las cosas; no gobiernan sino lo que está fuera del alma de los ciudadanos. Aplicando éstas consideraciones, puede un Estado gobernar la conciencia de sus súbditos, cuidar que cumplan las leyes religiosas y premiar o castigar, ¿cuándo los tribunales están en el cielo y cuando Dios es el Juez? Sólo la Inquisición sería capaz de tomar el lugar de esos tribunales en este mundo. ¿Deberá volver la Inquisición con sus antorchas ardientes? La religión es la ley de la conciencia. Toda ley que la sobrepuje, la anula; porque haciendo impositiva la necesidad de cumplir, se destruye el mérito de la fe, que es la base de la religión.” (Cita de Searle Bates). Este es el ideal bolivariano. Esto, y nada más que esto, es lo que tras un siglo de lucha contra la intolerancia, reclama y exige la Iglesia protestante de Colombia: PAZ, RESPETO, LIBERTAD. Atrás queda un siglo (1856 - 1956) sombrío coronado de triunfos, a pesar de todo; adelante está el futuro con todas sus promesas, hacia el cual seguimos con la frente erguida, seguro y confiados, porque Dios va con nosotros. Al Dios sólo sabio, nuestro Salvador, Sea la gloria y magnificencia, Imperio y potencia, Ahora y en todos los siglos. Amén. Los sucesos del 9 de abril de 1948 como legitimadores de la violencia oficial. El 9 de abril de 1948, día del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, constituye un momento de particular importancia en la historia de Colombia. En primer lugar, son muchos los que aún hoy, cincuenta años después de su muerte, consideran que ese "magnicidio" frustró indefinidamente las esperanzas de todos aquellos que veían en Gaitán la posibilidad de acceder a una sociedad realmente democrática, más justa, menos excluyente. Los testimonios de muchísimos colombianos que vivieron la época de "la violencia" corroboran esa misma imagen en la que Gaitán aparece como el abanderado en la lucha contra las injusticias sociales, la corrupción, la exclusión política, etc. [1] La importancia del viernes 9 de abril también se puede apreciar en otros aspectos. La muerte de Gaitán provocó verdaderas insurrecciones populares en diferentes lugares del país (las llamadas "juntas revolucionarias" se tomaron el poder en diferentes localidades y subvirtieron momentáneamente el orden). Por otra parte, a partir de esa fecha, la violencia, que ya venía manifestándose con una gran intensidad desde tiempo atrás, adquirió un ritmo particularmente escalofriante. El distanciamiento entre el bipartidismo se acentuó, haciendo cada vez más difícil establecer gobiernos de coalición. Además, el Ejército, que hasta entonces había conservado una cierta neutralidad en medio de todos los conflictos, empezó a identificarse con el gobierno. Pero lo que nos interesa en este artículo es destacar otro aspecto, quizá menos conocido por el público en general a pesar de que guarda, a nuestro parecer, una gran importancia. Se trata de la interpretación que hizo del 9 de abril tanto el gobierno de Mariano Ospina Pérez (1946-1950), como las élites en general. Ese tipo de lectura de lo sucedido aquel fatídico viernes justificó y sigue justificando hoy en día- la respuesta violenta por parte de todos aquellos que vieron en la irrupción de los marginados políticos y sociales una amenaza para el "orden" establecido. En ese sentido, lo sucedido el 9 de abril de 1948 fue aprovechado por la clase dirigente para darle una determinada interpretación ideológica a partir de la cual se pudieran deslegitimar las reivindicaciones de los sectores excluidos, estrategia que sería -el tiempo se ha encargado de demostrarlo- de una gran eficacia para acallar todo brote de oposición. Es decir que en el mismo momento en que las masas populares creían adquirir su independencia como actores sociales -¿acaso no salieron, por su propia cuenta, a vengar la muerte del "líder" social, atacando y destruyendo todos los símbolos que representaban el poder?-, lo que en realidad se estaba presenciando era su desmantelamiento como actores autónomos. Hoy en día, cincuenta años después, no se vislumbra aún, en el escenario político colombiano, un movimiento o partido de oposición que ofrezca una alternativa sólida, creíble y legítima frente al bipartidismo tradicional. La interpretación que la mayoría de los sectores de la clase dirigente hizo del 9 de abril está basada en una lectura sesgada de los acontecimientos. Antes del asesinato de Gaitán, el país ya estaba inmerso en una profunda violencia en la que se mezclaban todo tipo de causas. Las 14.000 muertes violentas correspondientes a 1947 demuestran claramente que la violencia no comenzó el 9 de abril [3]; los años 30, cuando los liberales retomaron el poder después de una abstinencia de medio siglo, estuvieron plagados de enfrentamientos bipartidistas; y la década anterior se había caracterizado por la violencia entre campesinos y terratenientes, por un lado y, por otro, entre el proletariado y el patronato (recordemos las bananeras y su cruento desenlace). Pero a pesar de ello, los sectores dirigentes insistieron en que la violencia sólo comenzó realmente el 9 de abril con el asesinato de Gaitán, y sobre todo con los desmanes del "populacho". Juan Uribe Cualla, citado en la Gran Mancha Roja, ilustra muy bien esa concepción de una Colombia idílica y ejemplar en todos los aspectos, a la que "más de cien años de historia le habían consagrado como modelo de orden y exponente auténtico de la grandeza de los próceres, de la obra de los libertadores y de las vidas admirables de estadistas ilustres, de sus poetas inmortales y de sus varones eximios". Ospina Pérez, para quien los hechos del 9 de abril también constituyeron una amenaza al buen nombre de Colombia, invitaba a los ciudadanos a restablecer el orden que tanta fama le había dado al país a nivel internacional: "El Presidente pide a todos los buenos hijos de Colombia [...], que contribuyan en esta hora de prueba con el aporte de su sensatez y de su prudencia para que no se hunda el prestigio republicano y democrático de la Patria, que tan orgullosamente enarbolamos ante la América invitada a reunirse en esta ciudad capital"[4]. Ese clima de violencia que se produjo el 9 de abril se extendió mucho más allá de lo esperado; para ciertos sectores de la sociedad, como ya lo indicamos, fue el inicio de una ola de terror que se iba a apoderar de Colombia. Casi tres años después de ocurridos los hechos, el presidente Laureano Gómez decía que la tarea central de su gobierno consistía en "la reconquista de la tranquilidad pública perturbada tan profundamente como consecuencia de la subversión del 9 de abril..."[5]. Muchos años después, el general Fernando Landazábal, por ese entonces ministro de Defensa del gobierno Betancur, afirmaba categóricamente que el partido comunista era el responsable de la violencia que "le ha costado al campo desde 1948 más de 30.000 campesinos asesinados por guerrilleros comandados, dirigidos, auspiciados y sustentados por el partido comunista"[6]. Más grave aún: si analizamos ciertos comentarios que se siguieron emitiendo en torno a los sucesos de aquella fecha, encontramos que el 9 de abril, más que una interrupción pasajera de la paz y de la tranquilidad que supuestamente caracterizaban a nuestra sociedad, representó el inicio de una profunda descomposición social, el desplome del orden tradicional. Un editorial publicado en 1953 por el periódico El Siglo, intitulado "El día de la abominación", afirmaba que "el 9 de abril aún no ha concluido. Esta ola de bandolerismo que ha asolado el país en estos cinco años es fruto consecuencial de esa fecha. Bajo esa negra noche, que el resplandor de las llamas criminales hacía moralmente más oscura, quedó desecha toda la tradición de la república, despedazada su alma, desfigurado su carácter. Apenas la mano providente de Dios, pudo salvar a nuestros mandatarios, conservar a nuestro partido en el poder y dejarnos un resto de patria para volverla a edificar de nuevo [...]. 9 de abril, día de abominación, ¡quién pudiera arrancarte de la historia colombiana para no seguir avergonzándonos con tu recuerdo!"[7] El 9 de abril debe ser entonces enfáticamente condenado porque fue una manifestación anárquica, caótica y llena de violencia, que se ensañó contra las "autoridades legítimas" y, más grave aún, contra las instituciones sagradas: en efecto, la Gobernación y el Palacio de Justicia fueron incendiados en Bogotá, y muchas otras sedes del poder fueron arrasadas en otros lugares del país, al mismo tiempo que edificios, templos y centros educativos católicos, como el Palacio Arzobispal, la Nunciatura y la Universidad Javeriana Femenina, quedaron completamente destruidos. Ante la magnitud de los daños ocasionados, ante la afrenta que significó el ataque a los símbolos más representativos del poder, la condena era un primer paso para tratar de restablecer el "orden". La cárcel y la excomulgación cayeron rápidamente sobre los responsables de tan oprobiosos hechos [8]. Pero la condena no bastaba, por más severa que fuera. Lo que habría que hacer es borrar ese recuerdo tan escabroso de nuestra historia, no solamente por la vergüenza de lo acaecido, sino porque su origen, su verdadero origen, no podía encontrarse dentro de las fronteras colombianas ni en las almas católicas de nuestra comunidad. Monseñor Perdomo, arzobispo primado, dijo lo siguiente en una alocución realizada el 12 de abril, tres días después de las revueltas: "En esta hora de inmensa tribulación para nuestra amada Patria, y con el corazón profundamente acongojado ante los extremos de perversidad y de locura a donde vemos que ha sido llevado nuestro pueblo, por obra de extrañas influencias, destructoras no sólo de todo orden moral y religioso, sino además de todo ideal patriótico, y de todo sentimiento humanitario, no podemos menos de reprobar [...] los horrendos atentados y delitos..."[9]. El presidente Ospina pensaba que el origen del problema había que buscarlo más allá del bipartidismo, es decir en unos terrenos forzosamente nocivos para el país: "Quiere el Presidente con toda exactitud llamar la atención de los colombianos amantes de la Patria sobre el hecho de que el curso que han tomado los acontecimientos ya no es de partido liberal ni de partido conservador, sino de tremenda amenaza a las instituciones básicas de Colombia y a la vida, honra y bienes de los asociados"[10]. El origen, el verdadero origen del mal, provenía entonces del exterior: del comunismo internacional que, apoyado en sus escasos pero peligrosísimos secuaces criollos, quisieron sembrar el terror en el país para, en medio del caos, tomarse el poder. El autor de la Gran Mancha Roja insiste sobremanera, desde el comienzo hasta el final, en el mismo argumento. Sin embargo, las imágenes y el texto de esta historieta suministran otro tipo de información acerca de los responsables, lo que nos permite tener una idea mucho más clara de los "revoltosos"; este tipo de precisiones resulta valiosísimo para entender la imagen que hace el autor del "culpable". En primaria instancia, se señala explícitamente al comunismo. Esta corriente ideológica defiende una serie de postulados que amenazan, dentro de la óptica de los dirigentes, las bases de la sociedad colombiana. Pero si leemos atentamente el texto y observamos con detenimiento las ilustraciones nos damos cuenta que, al lado del comunismo, lo que está surgiendo, lo que está irrumpiendo, amenazante, en el escenario, es el proletariado, designado peyorativamente como el "populacho". Es decir, la amenaza suscitada por el enemigo adopta simultáneamente una faceta política -el comunismo- y una social -los sectores populares. Pero La Gran Mancha Roja va aún más allá. El 9 de abril no es percibido simplemente como un conflicto político entre partidos opuestos, lo que no tendría nada de novedoso; tampoco, de manera exclusiva, como un enfrentamiento de clases [11]; más precisamente, es percibido como la irrupción, violenta, inesperada, del horror, del terror, en resumidas cuentas de la Barbarie. El 9 de abril, el "viernes rojo", fue la lucha entre la civilización y el caos, entre la cultura y el salvajismo ("el pueblo no quería cultura", nos dice el autor de las ilustraciones). Fue, en último término, un combate entre las fuerzas del Bien y las del Mal. En efecto, ese "día de la abominación" se levantaron, "energúmenos" y "enloquecidos", los "revoltosos criminales", para dar rienda suelta al "estallido de las pasiones más insanas y de los más bajos y primarios instintos". Los rostros de los "revoltosos", desencajados, llenos de ira (en claro contraste con la perfecta serenidad y mesura que expresan los representantes de las élites), no hacen sino corroborar la imagen de una masa violenta, incontrolable, desenfrenada, que es representada destruyendo, saqueando, trastocando osadamente el orden ("Pobres y descalzas mujeres de las barriadas bogotanas, llevaban sobre sus hombros pieles de cuantioso precio..."). En pocas palabras, se quiso desviar a nuestra patria de sus destinos históricos... Y esta percepción del enemigo -y de los hechos- fue compartida por las élites en general, sin distingos políticos. Es cierto que liberales y conservadores se acusaron mutuamente de asesinar a Gaitán. Pero tan pronto entendieron que lo que estaba en juego era el bipartidismo y su permanencia en el poder, los dirigentes de los dos partidos hicieron hasta lo imposible para deslegitimar la revuelta del 9 de abril. Los directorios de los dos partidos, luego de una reunión con el presidente Ospina, dieron a conocer el siguiente comunicado: "El grave clima de exacerbación política creado por el execrable (sic) asesinato del señor Jorge Eliécer Gaitán constituye un serio peligro para la paz pública y amenaza con torcer el rumbo histórico de la Nación. Los directorios de los dos partidos se hallan de acuerdo en la necesidad de restablecer la calma y la normalidad, no sólo para salvar al país de esos gravísimos peligros, sino también para poder encauzar el esfuerzo unido de todos los colombianos hacia la reconstrucción moral y material del país, tan seriamente quebrantada por designios extraños que sorprendieron a los dos partidos históricos en sus métodos de lucha cívica"[12]. Como se puede apreciar de manera muy clara, los dirigentes el bipartidismo, profundamente angustiados ante la ira popular, condenaron de inmediato a los manifestantes por interrumpir violentamente el orden tradicional. Lo que se aprecia, en el fondo, es que "los principales representantes del liberalismo se vieron tan sorprendidos y asustados por la magnitud y las posibles consecuencias del levantamiento popular como los dirigentes conservadores y el clero; esta actitud se puede apreciar en la prensa liberal que, al igual que la conservadora, denunció la amenaza comunista y justificó los acercamientos entre los dos partidos" so pretexto de defender las instituciones democráticas [13]. El nuevo gobierno de coalición, constituido por los dirigentes de los dos partidos horas después del asesinato de Gaitán, es una muestra del afán con el que liberales y conservadores querían hacer frente común para resistir los embates de los sectores populares. Lo esencial, para todos estos sectores dirigentes, era condenar un movimiento que amenazaba, como nunca antes había sucedido en nuestra historia, el orden establecido. Para ello, a un movimiento con claros tintes sociales y políticos se le descontextualizó completamente de la realidad nacional para reducirlo tan sólo a la política expansionista del comunismo internacional; y a sus actores se le dieron los peores epítetos para reducirlos al nivel de los más peligrosos y bestiales criminales. De ahí la represión: el enemigo, el verdadero enemigo para la "democracia", deja de ser el otro partido cuando lo que está en juego no es simplemente el reparto del poder, sino la eventualidad de que surja un movimiento contestatario autónomo con deseos de cambiar las reglas de un juego monopolizado históricamente por el bipartidismo. Es precisamente ese el significado que queremos destacar del 9 de abril: esa fecha, gracias a la lectura que de ella hicieron los sectores dirigentes (la irrupción de la barbarie), sirvió para justificar plenamente una política represiva contra los sectores contestatarios, en el mismo momento en que las tensiones sociales aumentaban en toda América latina y las élites del continente se creían amenazadas por el populismo. Pero ese momento también coincidió con los inicios de la Guerra fría. La represión, entonces, se hacía en nombre tanto de los "principios occidentales" (la democracia, el capitalismo), como de los "valores colombianos" (la religión católica y sus representantes, las autoridades "legítimamente elegidas", nuestra "cultura" y "civismo", etc.). "En realidad el 9 de abril había servido de pretexto a las clases dominantes para una completa reorganización del Estado el cual, al término de 1948, se encuentra financieramente fortalecido, ampliados y cualificados sus aparatos de represión, extendidos sus mecanismos de control político y social. La Ley 82 de diciembre 10 de 1948 mediante la cual se concede «amnistía a los procesados o condenados por delitos contra el régimen constitucional y contra la seguridad interior del Estado, cometidos con ocasión de los sucesos del 9 de abril», es a lo sumo una contraprestación a la colaboración liberal en este proceso de reordenamiento estatal pero no un signo de debilidad frente a un peligro potencial. Las clases dominantes disponen ya de todas las armas para enfrentar el más mínimo brote de rebeldía de las masas"[14]. El 9 de abril fue eso para las élites, una oportunidad más para deslegitimar al "exterior de lo social": el populacho, los revoltososos, los salvajes. Y como lo dijimos desde un comienzo, la historia, en ese sentido, no ha cambiado mucho cincuenta años después, pues hoy en día los campesinos movilizados, los trabajadores en huelga, los defensores de los derechos humanos, y tantos otros sectores e individuos, siguen siendo vistos por el Estado y por una parte de la sociedad como elementos manipulados por las guerrillas comunistas y, por eso mismo, altamente peligrosos para el país. En el fondo, el "otro", cualquiera sea su rostro, no tiene cabida en una sociedad que ha erigido a la intolerancia y a la exclusión en pilares básicos de su funcionamiento. Es por ello que la asombrosa debilidad de los movimientos de oposición, que ha caracterizado a Colombia a lo largo de toda su historia, no puede ser desligada de esa visión que, desde las altas esferas, se ha tenido -y se ha difundido exitosamente- del "otro", visión que legitima la represión sistemática con que éste ha sido combatido. No olvidemos que la estabilidad de nuestra "democracia" ha reposado en regímenes de excepción. Dentro de ese contexto, las recientes advertencias dirigidas por la Comunidad Europea al gobierno colombiano por su tendencia a criminalizar las protestas sociales resultan sin duda refrescantes, pero, al mismo tiempo, no deja de ser profundamente vergonzoso y humillante que la atención de un país en torno al respeto de los derechos humanos esté determinada por las presiones económicas de la comunidad internacional. [1] El libro clásico de Arturo Alape -El bogotano. Memorias del olvido: 9 de abril de 1948, Bogotá, Ed. Planeta, 1987-, así como algunos de los trabajos realizados por Alfredo Molano -en particular Los años del tropel, Bogotá, Cerec-Cinep-Estudios rurales latinoamericanos, 1985-, permiten apreciar lo que representaba Gaitán para amplios sectores de la sociedad. [3] OQUIST, Paul, Violencia, política y conflicto en Colombia, Bogotá, Instituto de Estudios Colombianos, 1978, p. 59. [4] Revista javeriana, número 144, mayo 1948, pp. 185-186. [5] El Siglo, 31 de diciembre de 1950. [6] El Tiempo, 7 de octubre de 1982. [7] El Siglo, 27 de marzo de 1953. [8] Revista Javeriana, numero 144, mayo 1948, p. 194. [9] Ibíd., pp. 193-194. [10] Ibíd., numero 145, jumo 1948, p. 229. [11] 'Si bien es cierto que los manifestantes atacaron y saquearon muchos locales comerciales de gran lujo, lo que puede ser considerado como una manifestación del odio de clases, no hay que olvidar sin embargo que la oligarquía liberal no fue víctima de la acción de los "revolucionarios". [12] Revista Javeriana, número 144, mayo 1948, p. 187. [13] ARIAS, Ricardo, 9de abril’ de 1948, Bogotá, Panamericana Editorial, 1998, pp. 39-40. [14] 'SANCHEZ, Gonzalo, Los días de la revolución. Gaitanismo y 9 de abril en provincia, Bogotá, Centro Cultural Jorge Eliécer Gaitán, 1983, p. 152.

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